Santiago de Compostela fue el escenario de una manifestación que podría haber pasado desapercibida para muchos, pero que resonó con fuerza en el gremio del doblaje. Los actores, esos artistas invisibles que nos permiten disfrutar de películas y series en nuestro idioma, están levantando la voz. ¿La razón? La inteligencia artificial, esa presencia cada vez menos sutil que amenaza con arrebatarles su trabajo.
La cosa es que, más allá de los videos virales en redes sociales, las voces sintéticas están infiltrándose en las grandes producciones. Y sí, la motivación es clara: reducir costes. Pero, ¿a qué precio? Lo que realmente enciende la alarma es la IA que clona voces, como si se tratara de un juego de niños, pero sin pedir permiso. Es como si alguien entrara en tu casa, se llevara tu sofá y luego te dijera que es suyo.
Los actores de doblaje no están pidiendo la luna. Solo quieren un marco legal que proteja sus derechos. Porque, al fin y al cabo, la esencia artística, esa chispa que transforma una escena cualquiera en un momento inolvidable, no se puede replicar con un algoritmo. Y no, no se trata de resistirse al avance tecnológico, sino de encontrar un equilibrio donde las máquinas no apaguen la voz humana.

