Ah, la inteligencia artificial, esa maravilla tecnológica que promete cambiar el mundo a pasos agigantados. Pero, ¿qué sucede cuando aquellos que trabajan en su desarrollo se ven desplazados por su propia creación? Un escenario que suena a ciencia ficción, pero que, según parece, ya está en marcha. La semana pasada, sin mucho ruido, Google despidió a doscientos contratistas de IA. Sí, esos mismos que se encargaban de que los sistemas no se vuelvan locos y comiencen a hacer cosas raras. Oficialmente, Google lo llama reducción de personal, pero los que estaban ahí hablan de bajos salarios y trabajos inestables. Irónico, ¿no? Los que supervisaban la inteligencia ahora están en la cuerda floja.
Pero esto es solo la punta del iceberg. Dario Amodei, de Anthropic, advierte que en cinco años, no décadas, podríamos ver como la IA desplaza a muchos trabajadores administrativos. No es una amenaza lejana, es el siguiente ciclo de planificación corporativa. ¿Estamos listos para eso? Lo curioso es que siempre se habla de la IA como una herramienta para liberar al ser humano de trabajos monótonos, pero parece que el precio de esa libertad es más alto de lo que nos quieren hacer creer.
Lo que se pierde no es solo trabajo, es juicio humano, cultural, moral. Esos detalles que hacen que una máquina no sea más que una máquina. Y sí, la eficiencia puede aumentar, pero a costa de perder resiliencia. Los errores se amplifican, los sesgos se mantienen. Un futuro donde la oficina es un lugar de destajo, donde la IA no solo apoya sino que toma decisiones. Un futuro que se presenta como una oportunidad, pero que, si miramos detenidamente, parece más una amenaza.
Mientras tanto, los gobiernos intentan regular este maremoto tecnológico. Italia, por ejemplo, ha dado un paso al frente con leyes que buscan frenar los deepfakes y proteger a los trabajadores. España, por otro lado, camina en la cuerda floja entre fomentar la innovación y proteger la verdad. La pregunta que queda es, ¿podemos realmente regular algo que se mueve más rápido que cualquier legislación?
La cuestión ética es la gran olvidada en toda esta historia. ¿Debería la IA reemplazar el juicio humano solo porque puede? ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar por la eficiencia? Si seguimos así, corremos el riesgo de perder lo que nos hace humanos. La verdadera revolución invisible no es la de la tecnología, sino la de la mano de obra invisible que estamos dejando atrás.

