Regulación, regulación, regulación… ¿Es todo lo que podemos ofrecer en Europa cuando se habla de inteligencia artificial? Parece que mientras nos afanamos en poner normas, el resto del mundo está invirtiendo a toda máquina. Estados Unidos y China nos llevan una ventaja que no solo es económica, sino también cultural y estratégica. Imaginemos por un momento que estamos en una carrera de coches. Mientras ellos han mejorado el motor, nosotros seguimos discutiendo el diseño del volante.
El AI Index Report de Stanford nos deja un dato demoledor: Europa apenas invierte un 25% de lo que hace EE.UU. en IA. Las cifras son claras, y lo que se necesita es más que papeleo burocrático. Necesitamos acción, infraestructura y una buena dosis de arrojo. Porque, seamos honestos, estas pequeñas startups llenas de talento que brotan por aquí y por allá necesitan más que buenas intenciones para escalar.
El AI Act es un buen comienzo, no me malinterpreten. Pero sin un respaldo financiero contundente, es como poner reglas de tráfico en una ciudad donde aún no se han construido las calles. Sí, hemos visto un aumento en la inversión este año, pero si queremos ser jugadores serios en esta partida, necesitamos ir a por todas. No solo se trata de regulación, sino de crear un ecosistema en el que la innovación no solo sobreviva, sino que prospere.
Menos miedo, más ambición. Esa debería ser nuestra mantra. Entender la IA como una oportunidad, no como una amenaza que debe estar encerrada en una caja de cristal. Porque, al final, el futuro no se gana desde el despacho, sino en el campo de batalla de la inversión y la innovación.

