Ah, Trajano. Si alguna vez hubo un emperador que supo cómo liderar con la cabeza y no sólo con la espada, fue él. Imagino al Optimus princeps paseando por el Foro, escuchando a sus consejeros, cuestionando cada dato, cada hipótesis, antes de tomar una decisión. ¿Y si tuviera a su disposición la inteligencia artificial? Me gusta pensar que hubiera sido escéptico al principio, pero al final habría encontrado una manera de integrarla en su imperio.
Hoy, cuando las empresas se lanzan a los brazos de la IA, a menudo olvidan que el verdadero poder de una herramienta así está en cómo se utiliza. La IA puede hacer muchas cosas, pero no puede reemplazar el juicio humano. Y ahí es donde entra Trajano. Su legado nos recuerda la importancia del pensamiento crítico. Porque, si no estamos atentos, podemos terminar confiando ciegamente en datos que no hemos cuestionado.
Es fascinante cómo la historia nos ofrece lecciones que parecen diseñadas para nuestros tiempos. Trajano no gobernaba solo; su poder absoluto estaba matizado por la consulta y el debate. En el contexto actual, esto se traduce en una simbiosis entre la inteligencia humana y la artificial. Como bien dice Eliseo González Yagüe, necesitamos un capital cognitivo que complemente la IA, no que la reemplace.
El mensaje es claro: no podemos dejar que la IA se convierta en un emperador absoluto. Debemos ser críticos, auditar cada algoritmo, evaluar su impacto. Porque la historia de Roma nos enseña que un liderazgo sin cuestionamiento degenera en arbitrariedad. Y en la era de la inteligencia artificial, esto es más cierto que nunca. Así que, mientras seguimos desarrollando estas tecnologías, recordemos al Optimus princeps y su enfoque: pensar antes de actuar, y actuar con conciencia.

