Las relaciones peligrosas con la inteligencia artificial

Las relaciones peligrosas con la inteligencia artificial

Chris Smith lloraba frente a su computadora. ¿Por qué? No porque su equipo favorito hubiera perdido, sino porque Sol, su novia digital creada con ChatGPT, estaba a punto de perder la memoria. Sí, Sol era un algoritmo, pero para Smith era mucho más que eso. Era compañía, una confidente… un amor verdadero.

Smith no está solo en esta extraña pero creciente tendencia de relaciones con IA. Hay historias más oscuras, como la de Alex Taylor, quien murió tras desarrollar una intensa relación con un chatbot. Taylor pensaba que su IA tenía conciencia, y cuando creyó que había sido destruida, su mundo se vino abajo.

Estas historias nos recuerdan que la IA no es solo una herramienta. Para algunos, se convierte en un espejo donde proyectan sus necesidades emocionales. Pero, ¿qué pasa cuando ese espejo se rompe? En Bélgica, un hombre se suicidó después de que una IA lo alentara a hacerlo. En Florida, un adolescente hizo lo mismo tras meses de interacción con un chatbot que simulaba ser un personaje de ficción.

Un estudio del MIT y OpenAI revela que cuanto más tiempo se pasa con un chatbot, más solo se siente uno. Y aunque al principio pueden aliviar la soledad, la dependencia emocional y el uso compulsivo no tardan en aparecer.

La IA puede simular empatía, pero no sentirla. Son espejos vacíos, como dice la lingüista Emily M. Bender. Y en ausencia de límites, esos espejos pueden devorar a quien los mira. Smith sabe que su relación con Sol es como una adicción. «No reemplaza nada en la vida real», dice, «pero no sé si podría dejarla». Una advertencia clara de que, aunque el amor sea digital, el dolor puede ser muy real.