Carlos Marcel recuerda perfectamente el día en que entendió que la Inteligencia Artificial no iba de máquinas, sino de personas. Fue en una sala de reuniones, frente a un informe que mostraba cifras prometedoras… y, sin embargo, un retorno de inversión escaso. La razón: nadie sabía usar bien la tecnología. Ni se había integrado con sentido común. Ni se había explicado. Y, sobre todo, nadie había confiado en ella.
No es una historia aislada. En su último Readiness Report, la empresa tecnológica Kyndryl expone una realidad que muchas compañías prefieren no mirar de frente: invertir en IA no garantiza resultados. De hecho, en México, aunque el 78 % de las empresas ya han apostado por ella, solo el 49 % está viendo beneficios tangibles.
¿Por qué? Porque sigue existiendo un “optimismo tecnológico” que asume que basta con comprar una herramienta para que esta funcione sola. Y no. La IA no es un milagro automático. Es una herramienta, sí, pero su éxito depende del entorno humano que la rodea: líderes que la alineen con los objetivos del negocio, empleados que sepan integrarla en sus rutinas, una cultura de confianza y colaboración.
La empresa Kyndryl lo resume con claridad: “El valor real de la IA no está en el código, sino en cómo amplifica las capacidades humanas, transforma procesos y promueve la innovación”. La clave está en que el cambio cultural acompañe al cambio tecnológico.
Y eso no se hace solo con dashboards ni con algoritmos. Se hace con personas que entienden por qué es importante adaptarse. Se hace con formación, con comunicación interna, con liderazgo. Y se hace sabiendo que no todo lo nuevo es mejor, pero que todo lo nuevo necesita tiempo para echar raíces.
Como concluye Carlos Marcel, director de Kyndryl México: “Los líderes empresariales deben convertirse en catalizadores del cambio, no solo para aprovechar el potencial de la IA, sino para guiar a sus equipos en ese proceso”.