El eco de la historia resuena fuerte cuando un nuevo papa elige su nombre. León XIV no lo ha hecho por azar. En una reunión privada con los cardenales, explicó que la inspiración le llegó de León XIII y su encíclica “Rerum Novarum”, publicada en 1891, en plena ebullición de la primera revolución industrial. Hoy, en pleno auge de la inteligencia artificial y ante lo que muchos ya califican como una segunda gran transformación del trabajo y la dignidad humana, León XIV invoca aquel espíritu renovador.
Consciente del vértigo tecnológico que sacude al mundo, el nuevo pontífice ha querido lanzar un mensaje de continuidad con el pensamiento social de la Iglesia, defendiendo una visión de justicia, solidaridad y humanidad frente al avance de las máquinas. “Dios ama comunicarse en la brisa suave, no en el trueno”, afirmó, con esa poética calma que tan a menudo contrasta con los tiempos que vivimos.
Su intervención no fue solo simbólica. Habló de colaborar, de unidad, y de renovar la adhesión al Concilio Vaticano II, al que definió como el verdadero pilar de la Iglesia contemporánea. Recordó con afecto a Francisco, de quien se despidió la comunidad católica con “devoción y lágrimas”, y al que definió como una figura de “servicio, sencillez y herencia valiosa”.
León XIV no rehuyó la emoción al hablar de su nueva misión ni de la carga espiritual que asume, pero tampoco se presentó como un líder solitario. Agradeció a los cardenales su apoyo, mencionó a figuras clave como el cardenal Giovanni Battista Re y Kevin Farrell, y recordó a aquellos ausentes por razones de salud.
Al final, evocó el deseo de san Pablo VI: “Que sobre el mundo entero pase una gran llama de fe y de amor que ilumine a todos los hombres de buena voluntad”. En un mundo más digital y desconectado que nunca, la Iglesia parece querer encender, una vez más, una chispa de humanidad.