Sin control no hay confianza: por qué es vital ponerle límites a la inteligencia artificial
Una máquina que conversa como una persona, que predice decisiones, que crea imágenes indistinguibles de la realidad y que, con una línea de código, puede cambiar la vida de alguien. Así es la inteligencia artificial generativa, una tecnología que avanza a una velocidad que apenas podemos seguir. Pero, ¿quién se asegura de que no cruce la línea? ¿Qué mecanismos la detienen cuando se vuelve peligrosa?
Los “guardarraíles” son esa línea de defensa. Igual que en una carretera evitan que un vehículo se salga, en la IA marcan el límite ético, legal y técnico para evitar daños. Porque no todo avance es seguro. Y porque, en algunos casos, los riesgos no solo son tecnológicos, sino humanos: discriminación en procesos de selección, manipulación emocional, pérdida de privacidad, o incluso decisiones sanitarias sin supervisión médica.
Europa ha sido pionera en establecer un marco claro. El Reglamento de Inteligencia Artificial aprobado en 2024 divide los usos de la IA en cuatro niveles de riesgo: mínimo, limitado, alto e inaceptable. Desde videojuegos hasta robots quirúrgicos, cada aplicación tiene sus propias obligaciones. Las más peligrosas están directamente prohibidas: manipulación emocional en el aula, vigilancia biométrica masiva o creación de bases de datos sin consentimiento.
Pero legislar no basta. Hacen falta herramientas técnicas que refuercen estos límites. Desde filtros automáticos que bloquean contenido ilegal o violento hasta pruebas que evalúan si un modelo puede ser manipulado. Por ejemplo, BBVA utiliza pruebas conocidas como ‘AI red teaming’ para asegurar que su chatbot bancario no sea vulnerable a ciberataques.
También hay procedimientos internos: protocolos éticos, revisiones por comités expertos y procesos para validar cualquier sistema antes de su uso. Y, sobre todo, sigue siendo esencial el papel del ser humano. No existe IA segura sin supervisión humana.
En el caso de los modelos generativos, como los que crean imágenes, vídeos o respuestas de texto, la necesidad de control es aún mayor. Estos sistemas no solo procesan datos, sino que pueden generar contenido que confunda, desinforme o engañe. Por eso ya se usan marcas de agua invisibles y metadatos para identificar cuándo una imagen ha sido creada con IA.
Como advierten los expertos, no podemos anticipar todos los posibles usos maliciosos. Lo único que sí podemos —y debemos— hacer es construir una inteligencia artificial con conciencia, responsabilidad y frenos. Porque si el futuro va a estar lleno de algoritmos, más vale que estén bien guiados.