Juana es diseñadora gráfica. Tiene 20 años de experiencia, pero una tarde, frente a su pantalla, se sintió derrotada. En segundos, una inteligencia artificial había generado varias propuestas de logotipo que, a ella, le habría llevado una ingente cantidad de tiempo. Lo que comenzó como curiosidad, se transformó en inquietud. «¿Qué será de mi trabajo?», se preguntó.
Ese vértigo no es solo de ella. Es una sensación compartida por miles de personas que viven con una nueva sombra: el tecnoestrés. Un tipo de ansiedad que surge no solo del uso intensivo de tecnología, sino también del miedo al reemplazo, a la obsolescencia, a quedarse atrás en un mundo que ya no espera a nadie.
Y es que la IA no se limita a trabajos mecánicos. También está entrando en territorios antes considerados exclusivamente humanos: el arte, el periodismo, el diseño. Lo que antes era un refugio creativo, hoy se ve atravesado por algoritmos.
El impacto va más allá de lo laboral. A nivel neurológico, la amenaza de ser sustituido activa una alarma natural en el cerebro: la conocida reacción de “lucha o huida”. Eso puede derivar en estrés crónico, dificultad para concentrarse y una caída en la capacidad de tomar decisiones racionales.
Las cifras respaldan la preocupación. Se estima que entre el 14% y el 30% de los empleos actuales podrían desaparecer antes de 2030 debido a la automatización. El problema no es solo la pérdida, sino la velocidad del cambio. Nuestro cerebro, preparado para adaptarse a lo largo de siglos, ahora debe hacerlo en años… o meses.
Y no es solo una cuestión de productividad. La IA también desafía al pensamiento reflexivo. Cada vez más dependemos de respuestas automáticas, rápidas, sin contexto. La profundidad está en peligro. El escritor Nicholas Carr alerta sobre una sociedad que consume sin pensar, donde la información sustituye al conocimiento.
Frente a este panorama, hay herramientas para resistir. La primera es aprender continuamente: desarrollar habilidades que la IA no puede replicar, como la empatía, la creatividad y el pensamiento crítico. También es clave desconectar a tiempo, gestionar la exposición digital y fomentar una mentalidad abierta al cambio.
La IA no es el enemigo. El problema surge cuando nos dejamos arrastrar sin pausa, sin filtro, sin reflexión. Aún estamos a tiempo de equilibrar la balanza y seguir siendo protagonistas en esta era digital. Pero, para eso, debemos cuidarnos tanto como nos actualizamos.

