¿Puede una máquina reemplazar la vocación de un docente?
Es una pregunta que, hasta hace poco, parecía cosa de ciencia ficción. Pero hoy, con la irrupción de la inteligencia artificial (IA) en las aulas, ya no suena tan lejana. De hecho, algunos adolescentes creen que sí, aunque la mayoría aún ve en sus profesores una figura imprescindible.
Así lo refleja el estudio “Educar en la era de la IA: 7 habilidades necesarias en un entorno cambiante”, elaborado por Empantallados.com y GAD3. En él participaron más de 900 personas, entre adolescentes de 14 a 18 años, padres y docentes. La gran mayoría —el 90% de los estudiantes— considera clave la interacción directa con el profesorado para su aprendizaje. Solo un 10% ve plausible que una IA pueda sustituir a un profesor.
Aun así, la IA se ha convertido en una compañera habitual de pupitre. Un 85% de los adolescentes la utiliza al menos una vez por semana, y seis de cada diez la emplean incluso sin que sus docentes o padres lo sepan. ¿Para qué? Principalmente para buscar información (80%) o estructurar trabajos (68%). Pero también, sorprendentemente, uno de cada tres jóvenes la utiliza para hablar de temas personales o tomar decisiones importantes.
Para los docentes, el tema no es menor. El 60% teme que la IA esté debilitando el esfuerzo de sus alumnos. Algunos ya notan que los estudiantes entregan trabajos que claramente han sido generados por máquinas, sin comprender a fondo los conceptos.
Aunque la IA puede ser un gran aliado —el 82% de los profesores cree que podría mejorar el aprendizaje personalizado—, la falta de formación específica sigue siendo una barrera. Seis de cada diez alumnos y profesores coinciden: no están preparados para un uso ético y eficaz de esta tecnología.
El estudio revela también que la mayoría de los adolescentes percibe un futuro profesional prometedor con la IA (más del 70%). Sin embargo, los adultos muestran más reservas. Solo el 55% de los padres y el 59% de los docentes creen que tendrá un impacto positivo en el futuro de los jóvenes.
Y en medio de todo esto, una certeza emerge: la IA puede responder rápido, pero no puede mirar a los ojos, ni motivar desde la empatía. Por eso, más allá del debate sobre si podrá sustituir al profesor, quizás la pregunta más importante sea otra: ¿qué tipo de educación queremos para las próximas generaciones?