Decidí desconectarme de la inteligencia artificial por 48 horas. Una locura, ¿verdad? No sabía en qué me metía. Pensé que sería un pequeño sacrificio: nada de Netflix, nada de correos automatizados. Pero vaya sorpresa me llevé. Afectó todo: desde qué comer hasta cómo llegar a los sitios.
Emprendí este desafío para ver cuánta IA hay en mi vida diaria. Sabía que estaba en las redes sociales, en los chatbots de las aerolíneas, pero descubrir la magnitud fue sorprendente. Me convertí en el “Hombre sin IA” por dos días. Sin Google Maps, me perdí en mi propia ciudad. Sin recomendaciones de Spotify, volví a los viejos CDs. Y la comida… bueno, digamos que mi alimentación consistió en lo básico: pasta y más pasta.
Este experimento fue un recordatorio de que la IA está en todas partes, incluso cuando no nos damos cuenta. La pregunta es, ¿podríamos vivir sin ella? Quizás sí, pero no sería fácil. Y aunque esta experiencia me abrió los ojos, estoy feliz de volver a mi vida “inteligente”. Después de todo, ¿quién quiere perderse un buen documental?

