En un rincón de Iowa, donde las torres de la antigua central nuclear Duane Arnold se alzan como gigantes dormidos, se está gestando una revolución silenciosa. Cuando era niño, el zumbido constante de esta planta era tan familiar como el canto de los grillos en verano. Pero desde el derecho de 2020, un brutal fenómeno meteorológico que arrasó con todo a su paso, el silencio se volvió el nuevo inquilino del lugar. Hasta ahora.
Google, en colaboración con NextEra Energy, ha decidido que es hora de devolverle la vida a este coloso dormido. ¿Por qué? Bueno, resulta que las demandas energéticas de la inteligencia artificial son insaciables. ¿Quién lo hubiera pensado? Que el futuro de los bits y bytes necesitaría tanto de los átomos. Pero aquí estamos, con Google invirtiendo más de 1.600 millones de dólares para reanimar a Duane Arnold, convirtiéndola en la columna vertebral eléctrica de sus centros de datos de IA.
La idea es simple, pero monumental: modernizar la planta y cumplir con los estrictos estándares de seguridad actuales. No es simplemente enchufar y listo. Es un proceso meticuloso que promete devolverle el alma a una reliquia del pasado. Y no están solos en esto. Microsoft y Amazon también están apostando por la energía nuclear para alimentar su voraz apetito digital. Parece que la carrera por la energía del futuro está en marcha, y el átomo ha vuelto a la pista.
Sin embargo, no todos están convencidos. Críticos como Edwin Lyman del Union of Concerned Scientists advierten sobre los riesgos de reactivar un reactor con un pasado tan tumultuoso como el de Duane Arnold. Pero incluso los más escépticos admiten que la IA demanda una nueva forma de pensar sobre la energía.
Así que aquí estamos, en un mundo donde Google, el gigante de lo intangible, recurre a la energía más tangible y antigua para sostener su futuro digital. La paradoja es deliciosa: la inteligencia artificial necesita más materia, más megavatios y más electrones reales de lo que hubiéramos imaginado. Y en Iowa, la chispa está encendida de nuevo.

