Ah, el toque dorado de Midas, el sueño de convertirlo todo en oro. Y aquí estamos, en pleno siglo XXI, jugando con nuestra propia versión moderna del mito: la inteligencia artificial. Desde que ChatGPT saltó al escenario en 2022, las Bolsas han estado enloqueciendo, impulsadas por la promesa de una revolución industrial que promete cambiarlo todo. Los inversores, esos eternos optimistas, están apostando a lo grande, y Nvidia ha emergido como el nuevo ídolo del Olimpo financiero, con sus chips que alimentan las más ambiciosas visiones de IA.
Pero, espera un momento. ¿Es realmente oro todo lo que reluce? Mientras que las grandes tecnológicas como Microsoft, Amazon, Meta y Alphabet se lanzan de cabeza al juego, regando fondos en la infraestructura de la inteligencia artificial, hay un olor a burbuja en el aire. En Estados Unidos, el presupuesto para construir estos sueños de IA podría llegar a los 500.000 millones de dólares al año para 2026, pero ¿cómo se monetizará todo esto? En un artículo reciente, el Wall Street Journal nos recordaba que, a día de hoy, el gasto de los usuarios americanos en servicios de IA es considerablemente más modesto.
La fiebre del oro tecnológico parece imparable, pero no podemos ignorar la paradoja: el gasto masivo está manteniendo las Bolsas a flote mientras los flujos de caja de las grandes empresas tecnológicas se estancan. Y ahí está la cuestión: ¿cuándo empezaremos a ver los retornos prometidos? La historia nos ha enseñado que incluso los avances más disruptivos, como internet, tardaron en mostrar su verdadero impacto económico. Ahora, con la IA en escena, tenemos que preguntarnos si estamos preparados para otra montaña rusa de expectativas y realidades.
Como inversores, no podemos olvidar las lecciones del pasado. Diversificación, disciplina y prudencia son los mantras que debemos repetirnos. Y aunque la inteligencia artificial brilla como el oro en los titulares de hoy, ¿será su brillo duradero o simplemente otro capítulo de la historia de Midas?

