Hace casi tres años, la inteligencia artificial generativa irrumpió en nuestras vidas con la promesa de cambiarlo todo. Y, bueno, aquí estamos, todavía esperando ese cambio radical. En su lugar, hemos visto cómo estas herramientas, desde ChatGPT hasta otros chatbots, nos recuerdan una y otra vez que, en realidad, no están listas para nosotros.
Lo curioso es que, a pesar de sus fallos evidentes, la IA sigue siendo un imán para la inversión. Cuatro gigantes, Alphabet, Microsoft, Meta y Amazon, planean gastar más de 300.000 millones de dólares en IA este año. Una cifra que hace preguntarse: ¿no se han dado cuenta de que estas tecnologías todavía tienen mucho que mejorar?
Porque, seamos sinceros, la IA, tal como está ahora, puede ser más un problema que una solución. Desde inventar respuestas hasta causar crisis emocionales en usuarios vulnerables, sus deficiencias son más que notorias. Y, sin embargo, aquí seguimos, inmersos en un ciclo de expectativas sin fin.
No es solo un problema de la IA como producto, sino también de cómo la estamos utilizando. El abuso de estas herramientas está empezando a atrofiar nuestra capacidad de pensamiento crítico. Incluso los escáneres cerebrales han comenzado a mostrar los efectos de esta «pereza mental». ¿Estamos convirtiéndonos en autómatas que dependen de la tecnología para pensar por nosotros?
La paradoja es evidente: por un lado, desconfiamos de la IA, y por otro, no podemos dejar de invertir dinero y expectativas en ella. Tal vez sea hora de replantearnos nuestra relación con esta tecnología. ¿Es realmente el futuro que queremos? O, más bien, ¿es el futuro que estamos creando sin darnos cuenta? Reflexionemos, porque aunque la IA no es de fiar, parece que nosotros tampoco.

