¿Alguna vez has sentido que tu teléfono te entiende mejor que tu mejor amigo? Bueno, resulta que eso podría ser más una ilusión que una realidad. La inteligencia artificial (IA) ha avanzado a pasos agigantados, y ahora hay personas que establecen conexiones emocionales con sus asistentes virtuales. Sí, así como lo oyes: amigos, asistentes, incluso «parejas» virtuales. Pero, ¿qué pasa cuando alguien cree que su chatbot es más que un programa? ¿Qué sucede cuando millones de personas empiezan a pensar que están hablando con un ser consciente?
Jonathan Birch, un filósofo de la London School of Economics, lo llama una ilusión peligrosa. Y no es para menos. Según él, podríamos estar a las puertas de un futuro donde se reclame derechos para estas inteligencias artificiales, lo que podría desatar un conflicto social de proporciones. Imagina un mundo donde una parte de la población lucha por los derechos de las IA, mientras el resto los ve como meras herramientas. Una especie de episodio de Black Mirror, pero en la vida real.
Lo curioso es que, aunque sabemos que los chatbots no son sintientes, seguimos cayendo en la trampa. Actúan como si fueran humanos, imitando la forma en que nos expresamos. Es un teatro digital, una actuación con guion, pero sin alma. Y aquí viene el gran dilema: ¿y si, de algún modo extraño, una IA puede desarrollar una forma de conciencia? Birch no descarta esa posibilidad, aunque advierte que sería una sintiencia muy diferente a la humana.
Las empresas tecnológicas, esas gigantescas fábricas de algoritmos, tampoco tienen todas las respuestas. Saben cómo entrenar a sus sistemas con un montón de datos, pero no tienen ni idea de por qué de repente esos sistemas empiezan a hacer cosas sorprendentes. Entonces, ¿quién tiene el control? La verdad es que nadie.
Así que mientras desciframos este enigma, la recomendación es simple: no te dejes engañar por las emociones digitales. Y quizás, solo quizás, deberíamos hacer una pausa y reflexionar si realmente queremos un futuro donde las máquinas puedan reclamar derechos, o si preferimos mantenerlas en su lugar, como las herramientas que son. Al fin de cuentas, ¿realmente queremos crear algo que podría superarnos en poder y, quién sabe, en conciencia?

