La medicina ha estado siempre en un estado de cambio constante, pero lo que estamos presenciando ahora con la inteligencia artificial es un salto cuántico. Uno que nos obliga a revisar todo: desde cómo formamos a los médicos hasta cómo nos relacionamos con los pacientes. La IA, con su capacidad para digerir datos a una velocidad que haría palidecer al más eficiente de los humanos, ya está mostrando sus colmillos en áreas como la interpretación de imágenes médicas. ¿Y qué hacemos nosotros al respecto? Bueno, parece que estamos en el proceso de decidir.
Es curioso, ¿no? Porque por un lado, nos estamos maravillando de que los algoritmos puedan detectar cánceres con mayor precisión que un ojo humano entrenado. Pero, por otro lado, hay una parte que se siente un poco como en una novela de ciencia ficción. Como si estuviéramos a punto de ser reemplazados por alguna suerte de médico robótico. Pero no es tan simple. La IA puede procesar datos, sí, pero no puede entender por qué alguien se siente tan ansioso al recibir un diagnóstico o por qué el tono de voz de un paciente cambia cuando menciona a su madre.
Ahí está el quid de la cuestión: el ser humano como complemento de la máquina. Y para llegar a eso, necesitamos una revolución en la educación médica. Ya no basta con formar médicos que sepan todo sobre el cuerpo humano. Necesitamos formar médicos que también sean expertos en inteligencia emocional, en comunicación, en ética. Porque la IA puede detectar una anomalía, pero no puede consolar a un paciente que está aterrorizado por lo que esa anomalía podría significar.
Mirando al futuro, iniciativas como la de Alice Walton en Arkansas demuestran que hay un camino a seguir. Un camino donde tecnología y humanidad se encuentran, no como adversarios, sino como aliados. Un camino que debemos tomar si queremos seguir siendo relevantes en el mundo de la medicina. Porque resistirnos a la IA sólo nos deja fuera del juego. Y nadie quiere eso. Queremos formar profesionales que no sólo sepan utilizar la tecnología, sino que también sepan cuándo dejarla de lado para mirar a un paciente a los ojos y ofrecerles la calidez que sólo un humano puede dar.

