Manuel Pimentel nos lanza una pregunta inquietante: ¿debemos detener la inteligencia artificial? Su respuesta es un rotundo no, aunque el riesgo de que nos destruya persista. Qué ironía, ¿no? La humanidad, siempre tan orgullosa de su inteligencia, ahora se enfrenta a una tecnología que podría superar nuestras capacidades. Nos venden esta maravilla tecnológica como una herramienta al servicio del hombre, un salto hacia un futuro brillante y feliz. Pero Pimentel sospecha que hay más debajo de esa superficie amable.
Nos invita a reflexionar sobre la naturaleza de la inteligencia. ¿Realmente entendemos qué es la inteligencia humana? Mientras algunos filósofos como Averroes sugieren que nuestra inteligencia tiene una dimensión colectiva, otros como Bobby Azarian ven al universo mismo como un impulsor inevitable de la vida y la inteligencia. Aquí es donde Pimentel nos deja con una idea provocadora: ¿y si la inteligencia no es exclusiva de nuestro cerebro de carbono, sino que puede florecer también en un procesador de silicio?
La historia nos ha mostrado que cuando la humanidad se enfrenta a un nuevo poder, como la bomba atómica, no puede resistirse a seguir adelante, incluso si eso significa crear un monstruo. Y ahora, con la IA, estamos en una carrera que no parece tener freno. Como los violinistas del Titanic, seguimos tocando mientras el barco se hunde. ¿Estamos conscientes de las consecuencias? ¿O simplemente nos dejamos llevar por la euforia tecnológica?
Mientras algunos intentan regular y contener este avance, la realidad es que la carrera continúa. La competencia feroz entre potencias y empresas asegura que la IA seguirá evolucionando, para bien o para mal. Y nosotros, como espectadores de este gran teatro, solo podemos esperar y ver qué nos depara el futuro. Pero una cosa es segura: el espectáculo continuará, y la IA, con o sin nuestra bendición, se abrirá camino.

