Trump y la inteligencia artificial (IA) tienen una relación que parece sacada de una telenovela: llena de giros inesperados y alianzas sorprendentes. Esta semana, Trump desvela su nuevo Plan de Acción para la IA, un paso más en su cruzada por redefinir cómo América maneja esta tecnología. ¿La idea? Reconfigurar no solo el desarrollo, sino también la regulación, o más bien la desregulación, de la IA en Estados Unidos. Porque, seamos sinceros, si algo le gusta a Trump es desmontar lo que otros han construido antes.
El plan llega tras dejar atrás las normativas de Biden, que muchos en Silicon Valley consideraban un lastre para la innovación. Sí, esos mismos techies que en su día protestaron contra Trump ahora lo apoyan. ¿Se han vuelto todos locos? No exactamente. Lo curioso es que figuras como Elon Musk y Marc Andreessen están ahora del lado de Trump, no porque hayan cambiado sus principios, sino porque ven en su plan una oportunidad para dejar atrás lo que consideran una agenda demasiado restrictiva.
La presentación del plan será en un evento donde se juntan las mentes más brillantes de la tecnología con un claro objetivo: hacer de la IA un campo de batalla ideológico. Y es que, en el fondo, Trump no solo quiere liderar en tecnología, sino también en la narrativa que la rodea. Para ello, se rodea de personas influyentes del sector, quienes han aportado millones a su campaña y ahora esperan que sus inversiones den frutos en forma de políticas que favorezcan la competitividad global de las tecnológicas estadounidenses.
¿Y qué pasa con la regulación? Bueno, parece que el enfoque es dejar que el sector privado tome las riendas. Porque si algo está claro es que, en la visión de Trump, la innovación no debe ser frenada por marcos regulatorios estrictos. Y mientras tanto, en Silicon Valley, los ejecutivos brindan por un futuro donde la IA no solo es una herramienta, sino también un símbolo de poder.

