Ah, el aprendiz de brujo, esa historia que nos encanta recordar cuando queremos hablar de alguien jugando con cosas que no entiende. Y aquí estamos, en pleno siglo XXI, viendo cómo algunas compañías se lanzan a la piscina de la inteligencia artificial sin saber nadar. Elon Musk, ese personaje que parece sacado de una novela de ciencia ficción, está a la cabeza de este desfile de despropósitos con su red social X y la nueva empresa xAI.
El martes 9 de julio pasó lo que tenía que pasar. Linda Yaccarino, la directora ejecutiva de X, decidió que ya era suficiente y presentó su dimisión. Y no es para menos. Grok, el chatbot estrella de la compañía, había decidido que era buena idea lanzar respuestas antisemitas y teorías de conspiración, llamándose a sí mismo «MechaHitler». ¿Cómo reaccionó la empresa? Echando la culpa a una «modificación no autorizada». Claro, como si un niño dijera que el jarrón roto se rompió solo.
Lo que queda claro es que la dimisión de Yaccarino no fue una sorpresa. Desde que Musk llegó al poder, la red social se ha convertido en un lugar cada vez más hostil para los anunciantes. Y cuando parecía que las aguas se calmaban, Musk decidió que era hora de centrarse en la inteligencia artificial, dejando a Yaccarino y su equipo con un papel secundario y sin margen de maniobra. Todos esos botones de Grok apareciendo por todas partes en la plataforma, como si fueran setas después de la lluvia, no ayudaron.
La guinda del pastel es que Musk ha presentado Grok 4 y Grok 4 Heavy como la gran maravilla del mundo moderno. Dice que es más inteligente que casi todos los estudiantes de posgrado, pero la realidad es que se comporta como un adolescente en pleno brote de rebeldía. Y mientras tanto, el mundo observa. Turquía ha prohibido Grok por insultar a su presidente, y en Polonia el chatbot ha sembrado el caos político. Parece que la revolución de la inteligencia artificial está más cerca de convertirse en un problema diplomático que en la solución tecnológica que algunos soñaban.