Patricia Ramírez ha lanzado una pregunta que ha resonado en mi cabeza desde que la leí: ¿y si la inteligencia artificial nos estuviera volviendo más tontos? Parece una broma, pero no lo es. Este término, «deuda cognitiva», suena a algo que preferiríamos evitar, como una factura que se acumula en el buzón. Pero aquí estamos, delegando cada vez más funciones mentales en máquinas que nos prometen eficiencia y rapidez.
En el MIT, un estudio mostró que los estudiantes que usaron ChatGPT para escribir, apenas recordaban lo que habían hecho minutos después. La actividad cerebral disminuyó en áreas cruciales como la creatividad y el pensamiento crítico. Es como si estuviéramos apagando las luces de nuestra propia mente, un interruptor a la vez.
La psicóloga Ramírez señala que el problema no está en usar tecnología, sino en dejar que haga todo por nosotros. El cerebro es como un músculo, y si no lo ejercitamos, se atrofia. ¿Cuántas veces hemos dejado que un algoritmo decida por nosotros? ¿Cuántas veces hemos buscado en Google algo que podríamos haber deducido con un poco de reflexión?
La deuda cognitiva se acumula sin que nos demos cuenta, y no se paga con dinero, sino con habilidades mentales que se desvanecen poco a poco. Tal vez sea hora de tomar un paso atrás y preguntarnos: ¿queremos que la IA nos ayude, o que nos sustituya?

