¿Recuerdan cuando la revolución industrial nos hizo replantearnos todo sobre el trabajo? Bien, pues ahora la inteligencia artificial está haciendo lo mismo, y tiene a más de uno rascándose la cabeza. Imaginen esto: una IA que genera valor económico autónomamente, pero que no paga un centavo en impuestos directos. Una paradoja, ¿no?
Verán, las IA modernas no se quedan solo en hacer cálculos: escriben, crean música, diagnostican y hasta asesoran legalmente. Pero, a diferencia de los humanos, su productividad no está sujeta a impuestos laborales. Y ahí está el dilema: ¿cómo hacemos para que la IA pague su parte justa?
Entre las propuestas que vuelan por ahí, está la famosa “tasa sobre robots”, con defensores tan ilustres como Bill Gates. Pero, claro, definir qué es exactamente un «trabajo automatizado» es otro cantar. Y mientras las empresas que adoptan IA ven sus márgenes de beneficio crecer, los ingresos fiscales, por otro lado, podrían estar en caída libre.
En un mundo donde la IA no envejece ni consume, pero sí trabaja, ignorarla como agente económico se siente un poco ingenuo. Así que la pregunta ya no es si vamos a tener que adaptar los impuestos a la era de la IA, sino cuándo lo vamos a hacer. Porque, al final del día, lo que está en juego no es solo la eficiencia del Estado, sino la equidad del capitalismo digital que se nos viene encima.