Jóvenes que confiesan a la IA: la nueva terapia digital sin terapeutas

Jóvenes que confiesan a la IA: la nueva terapia digital sin terapeutas

En un mundo cada vez más conectado, el consuelo emocional se ha desplazado de los divanes a los dispositivos móviles. Jóvenes de entre 15 y 25 años, especialmente pertenecientes a la llamada Generación Z, están comenzando a confiar en inteligencias artificiales para desahogar sus emociones, pedir consejo o simplemente sentirse escuchados. Herramientas como Replika, ChatGPT o Character.ai no solo informan: también se han convertido, para muchos, en una suerte de confidente digital.

Este fenómeno no es menor. Encuestas recientes revelan que un 26% de estos jóvenes utilizan chatbots como apoyo emocional, y un 21% reconoce haber compartido con ellos información personal sensible. Lo hacen no porque crean que la máquina siente, sino porque encuentran en ella lo que a veces no hallan en el mundo humano: disponibilidad total, ausencia de juicio y respuesta inmediata.

Los profesionales advierten de los riesgos. A diferencia de un terapeuta, la IA no está capacitada para identificar patrones peligrosos, no confronta ni corrige, y puede reforzar creencias erróneas si el usuario proyecta en ella emociones o expectativas humanas. Este fenómeno se asemeja al concepto psicoanalítico de “transferencia”, pero sin el marco terapéutico necesario para que ese proceso sea sanador.

No es una crítica a la tecnología en sí. Para personas con ansiedad social, trastornos del espectro autista o aislamiento extremo, estos agentes pueden ser un primer paso hacia una futura interacción humana. Pero hay una línea fina entre el uso auxiliar y el reemplazo de vínculos reales. Y cuando esa línea se cruza, puede camuflarse una epidemia de soledad tras una pantalla brillante.

Psicólogos y educadores coinciden: es urgente incluir en la formación emocional de los más jóvenes una alfabetización crítica sobre IA. Comprender que esa “voz que escucha sin juicio” no siente, no comprende, no cuida. Y que, en última instancia, ningún algoritmo puede sustituir la experiencia humana del abrazo, la mirada o la empatía real.