Siri sigue en pañales mientras Google y OpenAI toman la delantera

Siri sigue en pañales mientras Google y OpenAI toman la delantera

Durante años, Apple ha presumido de su jardín cerrado como símbolo de excelencia: ecosistema integrado, privacidad férrea, hardware y software en perfecta armonía. Una especie de Versalles digital que ofrecía seguridad a costa de libertad. Pero ahora que la inteligencia artificial pisa fuerte, ese vergel comienza a parecerse más a una jaula.

Mientras gigantes como Google o Microsoft permiten que sus modelos de IA exploren, aprendan y evolucionen en entornos abiertos, Apple se mantiene replegada. ¿Resultado? Siri sigue siendo una asistente limitada, sin capacidad real de adaptación ni aprendizaje profundo. Aunque la compañía ha hecho intentos —como su alianza con Anthropic o campañas con rostros conocidos como Bella Ramsey—, la sensación general es que se ha quedado atrás.

El problema no es técnico. Apple posee chips potentes, una arquitectura avanzada y un sistema llamado Private Cloud Compute diseñado para garantizar privacidad total. Pero ese celo por no “ver” lo que el usuario hace, aunque noble en intención, limita gravemente la evolución de sus modelos de IA. Mientras tanto, otros como Gemini —el asistente de Google— ya analizan tus capturas de pantalla con tu permiso y te ofrecen respuestas ajustadas al contexto. Apple, en cambio, no permite ese tipo de interacción con sus propios sistemas.

Y aquí llega el dilema: ¿privacidad o funcionalidad? ¿Es posible mantener ambas sin comprometer el futuro? La respuesta quizá esté en mirar hacia plataformas como Perplexity AI, que buscan ofrecer respuestas directas sin vulnerar la ética ni invadir la privacidad. Sería una compra inteligente para Apple si quiere recuperar terreno.

Pero lo que está claro es que el usuario del siglo XXI ya no se conforma con un asistente que no entiende ni su rutina. No basta con prometer privacidad. Hace falta dar opciones, permitir al usuario decidir qué quiere compartir y qué espera recibir a cambio.

Porque, en el fondo, nadie quiere vivir en una fortaleza si eso implica renunciar a la evolución.