Mientras el mundo se tambalea entre guerras, pandemias y crisis económicas, una inesperada aliada podría surgir de los algoritmos: la inteligencia artificial. Según el último informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), más del 70% de las personas que viven en países con niveles bajos o medios de desarrollo creen que la IA puede mejorar su productividad en el próximo año.
No es solo una cuestión de fe en la tecnología. Las cifras lo respaldan: en una encuesta a ciudadanos de 21 países, desde India hasta Brasil, dos de cada tres personas planean usar la IA para estudiar, trabajar o cuidar su salud. En un contexto donde el desarrollo humano global crece al ritmo más lento desde 1990, este impulso optimista contrasta con la sombra de la desigualdad, que lleva cuatro años en ascenso.
Achim Steiner, director del PNUD, lo resume con claridad: “La IA no es la solución mágica, pero puede abrir caminos nuevos y revitalizar el desarrollo humano”. Frente a un panorama de redes eléctricas desbordadas y sistemas educativos obsoletos, el organismo pide un enfoque centrado en el ser humano y políticas que garanticen un reparto justo de los beneficios tecnológicos.
La explosión de inversión en IA en países como Estados Unidos, donde miles de millones de dólares se destinan a centros de datos y modelos de lenguaje como ChatGPT, contrasta con las limitaciones estructurales de otras regiones. Por eso, el informe insiste en cerrar la brecha digital con urgencia.
Para Pedro Conceição, coordinador del estudio, la clave está en empoderar a todos, desde pequeños agricultores hasta emprendedores, con herramientas accesibles y formación. La IA, si se usa con criterio y enfoque ético, podría no solo acelerar el crecimiento, sino hacerlo más equitativo.
¿Puede una tecnología que muchos temen convertirse en la aliada de quienes más la necesitan? La ONU cree que sí. Solo hace falta voluntad política y visión.