Una inteligencia que cura, que enseña, que defiende. Bill Gates no se anda con rodeos: la inteligencia artificial, en menos de diez años, será capaz de hacer la mayoría de tareas humanas. Y lo hará, según afirma, de forma más accesible, más eficiente y más precisa. No hablamos del futuro: hablamos del presente en aceleración.
Durante una entrevista en The Tonight Show, Gates defendió que pronto todo el mundo podrá contar con el equivalente a un gran médico o un profesor brillante, gracias a algoritmos que replicarán ese talento sin coste alguno. Lo llama “inteligencia gratuita”, una revolución del acceso al conocimiento y los servicios que, asegura, podría cambiar el rumbo de la humanidad.
La idea no es nueva: ya en su blog comparó la IA con la invención de la interfaz gráfica. Pero ahora, el impacto es más tangible. De hecho, Gates retó a OpenAI a superar un examen avanzado de biología, y el resultado, que esperaba en años, llegó en pocos meses. La velocidad de desarrollo le sorprende incluso a él.
Pero no todo es optimismo. Gates advierte que dar poder a los humanos —como ya ocurrió con las redes sociales— no garantiza que ese poder se use bien. Y aunque destaca el potencial de la IA para luchar contra el cambio climático o mejorar la salud global, insiste en que su desarrollo debe ir acompañado de responsabilidad y regulación.
No está solo en sus preocupaciones. Mustafa Suleyman, director de IA en Microsoft, advierte que estas tecnologías podrían sustituir trabajos humanos y aumentar la desigualdad si no se legislan a tiempo. El Future of Life Institute también ha lanzado la voz de alarma: millones podrían perder su empleo si no se implementan alternativas.
Gates lo resume así: la inteligencia artificial es la herramienta más poderosa de nuestra era. Pero, como toda herramienta, su impacto dependerá de quién la use… y para qué.