La educación tiene un precio: por qué ser amable con la IA consume más energía

La educación tiene un precio: por qué ser amable con la IA consume más energía

Cuando decir “por favor” cuesta millones: el sorprendente impacto de ser cortés con la IA

A veces, un simple “gracias” puede tener un precio inesperado. En la vida real, ser educado no cuesta nada. Pero en el mundo digital, la cortesía tiene un coste energético, económico e incluso medioambiental. Así lo revela una llamativa reflexión de Sam Altman, CEO de OpenAI, que ha abierto un debate inesperado: ¿deberíamos dejar de ser educados con ChatGPT?

Todo comenzó con un comentario en la red social X (antes Twitter), donde Altman respondía con ironía a una pregunta de un usuario. Dijo que la empresa había gastado “decenas de millones de dólares bien gastados” procesando palabras como “por favor” y “gracias”. Aunque parecía una broma, detrás había una verdad incómoda.

Cada palabra que escribimos en una conversación con la IA se traduce en tokens que la máquina debe procesar. Cuantas más palabras, mayor es el uso de recursos. Y si cada día millones de usuarios escriben frases educadas, el resultado se multiplica. Más procesamiento, más uso de energía, más emisiones.

Según estimaciones recientes, una sola consulta a ChatGPT puede consumir unos 0,3 Wh de electricidad. No parece mucho, pero en el acumulado global, eso representa un impacto ambiental considerable. Además, los centros de datos que operan estas IA requieren refrigeración constante, lo que implica también un consumo extra de agua.

La pregunta es inevitable: ¿merece la pena ser amable con una máquina?

Algunos estudios sugieren que sí. Investigaciones como la de la Universidad de Cornell muestran que las respuestas de la IA pueden mejorar si el lenguaje es más cortés. Sin embargo, este efecto no es uniforme. En culturas como la japonesa, la formalidad sí mejora los resultados. En otras, como el inglés o el español, un exceso de cortesía puede incluso confundir al modelo.

La IA responde mejor cuando el mensaje es claro y directo. La amabilidad puede ser útil, pero no garantiza respuestas más precisas. Y desde el punto de vista ecológico, cada palabra innecesaria es un gramo más de CO₂ emitido.

Tal vez haya que aprender a hablarle a la IA como se escribe un telegrama: breve, claro… y sin florituras.