¿A quién estás mirando realmente?
Un currículum perfecto. Un discurso impecable. Un examen sin errores. Todo parece indicar que esa persona es ideal para el puesto, el curso o la responsabilidad. Pero… ¿y si la mano que escribió eso no es humana?
La inteligencia artificial ha llegado para ayudarnos, pero también para desafiarnos en algo esencial: nuestra capacidad de evaluar a los demás. Lo que antes dependía del instinto, la experiencia o el ojo clínico, hoy se ve condicionado por herramientas que pueden perfeccionar, ocultar o incluso falsificar la realidad.
Un ejemplo: según Kaspersky, el 42% de los currículums actuales están escritos o editados por IA. Las entrevistas ya no son garantía: hay startups como Interview Coder que preparan a los candidatos para responder preguntas técnicas siguiendo un guion generado por algoritmos. Incluso pueden obtener un trabajo en Amazon sin que nadie note que la conversación estaba “teleasistida”.
Las empresas han respondido con nuevas estrategias. Artic Shores, por ejemplo, propone reemplazar las cartas de presentación por pruebas de neurociencia. Porque, dicen, “ChatGPT ha roto el sistema tradicional de reclutamiento”.
Pero esto no solo afecta al mundo laboral. En las aulas, miles de estudiantes presentan trabajos pulidos con IA. La respuesta de algunos docentes ha sido volver al papel y bolígrafo. Otros prefieren enseñar a usar estas herramientas de forma ética, pidiendo que expliquen cómo las han usado y qué mejorarían.
El reto, sin embargo, va más allá de los métodos. La pregunta de fondo es si, en esta nueva era, todavía sabemos en quién confiar. Si un perfil de LinkedIn o una redacción brillante son reflejo de una persona… o de un buen prompt.
¿Estamos preparados para convivir con humanos aumentados por IA? ¿O nos acabará superando una tecnología que embellece tanto que nos impide ver?
Quizá, como advirtió Sam Altman al hablar de su hijo recién nacido, no se trata de si seremos más inteligentes que la IA, sino de cómo vamos a vivir con ella desde ahora mismo.