Detrás de cada pregunta a una IA, cada imagen generada o cada algoritmo que predice nuestro comportamiento, hay un monstruo invisible: el consumo energético. Según un informe reciente de la Agencia Internacional de la Energía (IEA), en apenas cinco años la demanda eléctrica global de los centros de datos —esos colosos donde habita la inteligencia artificial— se duplicará.
¿El culpable? El boom de la IA. Cada vez más presente en nuestras vidas, desde asistentes virtuales hasta herramientas médicas o creativas, la IA requiere una infraestructura informática colosal que no solo genera respuestas, sino también consume cantidades masivas de electricidad.
La buena noticia es que cerca del 50% de esa energía provendrá de fuentes renovables como la solar, la eólica o la hidroeléctrica a finales de esta década. Estas son las energías que más rápido están creciendo en los centros de datos. Sin embargo, otras como el gas natural, el carbón y la energía nuclear seguirán jugando un papel relevante, dependiendo del país y su modelo energético.
En China, por ejemplo, el carbón sigue siendo predominante, mientras que en Estados Unidos, el gas natural es más común. Ambos países están aumentando su producción de energía solar y eólica. Se prevé que EE.UU. supere los 97 teravatios-hora en solar para 2035, y que la energía eólica alcance los 83 TWh. China no se queda atrás, con una progresión espectacular en solar, alcanzando los 83 TWh en el mismo periodo.
Este fenómeno tiene una cara oculta: el medioambiente. Actualmente, los centros de datos generan unas 180 millones de toneladas de emisiones de CO₂ indirectas al año. Eso es el 0,5% de las emisiones globales por combustión. Aunque no suene alarmante, este dato pone sobre la mesa una pregunta esencial: ¿puede la tecnología salvarnos del cambio climático si también lo alimenta?
La IEA lo plantea claro: todo depende de cómo utilicemos esta herramienta. La IA también tiene el potencial de hacer más eficientes nuestras redes eléctricas, mejorar las baterías y acelerar la transición energética. Pero no basta con confiar en sus virtudes: hay que regular, planificar y actuar.
Fatih Birol, director de la IEA, lanza una reflexión potente: “La IA es una herramienta increíblemente poderosa. Pero está en nuestras manos decidir cómo la usamos”. Una advertencia y un desafío. Porque lo que hoy es una revolución digital, mañana podría ser una revolución energética —para bien o para mal.