Cuando la IA se inspira en los grandes artistas: ¿dónde queda la originalidad?

Cuando la IA se inspira en los grandes artistas: ¿dónde queda la originalidad?

Todo comenzó con una imagen en redes sociales. Un ingeniero de Seattle subió una foto suya, de su esposa y su perro convertida en una ilustración al estilo de Studio Ghibli. Lo hizo gracias a una herramienta de IA generativa lanzada por OpenAI. En cuestión de días, internet se llenó de versiones “ghiblificadas” de todo tipo de imágenes.

Era una tendencia divertida, como tantas otras. Pero también encendió una alarma entre artistas y creadores. Porque, aunque nadie dibujó esas imágenes a mano, sí fueron creadas a partir de estilos humanos reales, como el de Hayao Miyazaki, fundador de Ghibli. Y esto abre una gran pregunta: ¿puede una máquina replicar el alma de un artista?

Miyazaki, que en 2016 ya expresó su “profunda repulsión” hacia la IA, nunca habría imaginado que su estilo sería usado masivamente sin su permiso. Y no es el único. Las máquinas aprenden observando millones de obras previas, imitándolas sin comprender su significado. Legalmente, reproducir un estilo no es delito. Pero ¿es justo?

Para muchos, esta nueva era representa un terreno inexplorado, donde la creatividad humana corre el riesgo de ser reducida a un algoritmo. A diferencia de la fotografía, que coexistió con la pintura transformándola, la IA amenaza con reemplazar el proceso creativo, no solo complementarlo.

El problema es profundo: no hay leyes ni marcos éticos que regulen este tipo de uso de estilos y trazos. Y eso deja a los artistas desprotegidos. Lo que urge, entonces, no es detener la tecnología, sino definir nuevas reglas que garanticen un equilibrio justo.

Porque la IA no es solo una herramienta. Es una nueva forma de crear. Pero, como toda herramienta poderosa, necesita una ética a su medida.