Una noche cualquiera, un influencer decide desahogarse con ChatGPT. Le cuenta lo que siente, lo que no puede decirle a nadie. Luego se acuesta a dormir. Al día siguiente, afirma sentirse mejor. ¿Es esto terapia?
No, responde con contundencia la doctora Lucía Crivelli, especialista en neuropsicología y jefa de Neuropsicología en Adultos del Instituto Fleni. “Un chatbot no tiene formación clínica. No comprende la ironía, ni la empatía. No puede tratar un problema de salud mental”.
En una entrevista con Infobae en Vivo, Crivelli encendió una alerta que va más allá de la tecnología: el creciente hábito, sobre todo entre jóvenes, de usar inteligencia artificial como reemplazo de la psicoterapia. El problema, dice, no es el chatbot en sí, sino lo que creemos que hace.
Los modelos de lenguaje, explica, no son más que algoritmos que predicen la palabra más probable a partir de lo que el usuario escribe. Eso puede parecer una conversación real, pero es una ilusión. “Te reafirman, te complacen. Y eso, en una mente vulnerable, puede ser peligroso”, advierte.
Casos extremos en otros países han llegado incluso al suicidio de personas que interactuaban intensamente con IAs. Pero más allá de esos extremos, el fenómeno crece: cada vez más personas recurren a estos modelos para lidiar con angustia, dudas existenciales o decisiones personales.
Durante el programa, se probó en vivo la respuesta de un chatbot ante una situación ficticia de depresión. Las respuestas eran correctas, incluso amables: “No estás sola”, “Busca ayuda profesional”. Sin embargo, Crivelli aclara que eso no es terapia. “La IA puede validar lo que decís, pero no interviene con estrategias terapéuticas. No hay encuadre, ni diagnóstico, ni tratamiento”.
La experta remarca que la IA sí puede ser útil en otros ámbitos médicos, como en el análisis de imágenes cerebrales o mamografías, siempre que esté supervisada. Pero en salud mental, aún hay mucho por desarrollar y, sobre todo, regular.
“Conversar con una IA no es cuidar tu salud mental. Creemos que estamos haciendo algo por nosotros, pero no lo estamos haciendo bien”, concluye Crivelli. Y lanza una pregunta que queda resonando: “¿Por qué evitamos tanto el contacto humano? ¿Por qué elegimos una respuesta programada, cuando lo que necesitamos es comprensión real?”

