Imagina un mundo donde cada foto que tomas ya no es un reflejo fiel de la realidad, sino una interpretación alterada por algoritmos. Este escenario no es ciencia ficción: está sucediendo ahora mismo. La inteligencia artificial (IA) ha irrumpido en el mundo de la fotografía, y sus efectos están generando un debate profundo sobre la veracidad de las imágenes que consumimos.
El año 2025 podría ser un punto de inflexión. Las cámaras de los teléfonos inteligentes están incorporando IA de manera masiva, no solo para mejorar la calidad de las fotos, sino para inventar detalles que nunca existieron. Un ejemplo reciente es el Honor Magic 7 Pro, donde la IA añadió ramas y edificios que no estaban en la escena original. Lo mismo ocurre con los Samsung Galaxy S25 Ultra, cuyos algoritmos «mejoran» las imágenes, pero a costa de distorsionar la realidad.
Este fenómeno no es nuevo, pero su escala sí lo es. Hace poco, al probar DALL-E, la herramienta de OpenAI para generar imágenes, un intento de recrear la antigua ciudad mesopotámica de Uruk resultó en una escena con un camión moderno en medio de las calles. Es un ejemplo divertido, pero también preocupante: si la IA puede alterar imágenes históricas, ¿qué pasará con nuestra capacidad para documentar el presente?
La pregunta no es trivial. Las fotos alteradas por IA ya no pueden considerarse documentos fiables. ¿Podría una imagen generada por algoritmos ser admitida como prueba en un juicio? Lo más probable es que no. Esto plantea un desafío enorme para la fotografía como herramienta de registro y testimonio.
Pero no todo es pesimismo. Mientras la IA avanza, hay un movimiento en sentido contrario: el renacimiento de la fotografía tradicional. En Japón, las ventas de cámaras digitales aumentaron un 123,7% en diciembre, según el minorista BCN+R. Kodak, por su parte, ha ampliado su producción de película fotográfica, respondiendo a una demanda creciente de imágenes no alteradas por algoritmos.
Este resurgimiento no es solo nostalgia. Muchos creadores de contenido y profesionales buscan herramientas que preserven la autenticidad de sus trabajos. Incluso en el mundo de los teléfonos, hay fabricantes como Oppo que priorizan la calidad óptica sobre la manipulación digital.
La IA, sin embargo, no es el enemigo absoluto. Necesita imágenes fieles a la realidad, conocidas como ground truth pictures, para entrenar sus algoritmos. Un ejemplo fascinante es el libro Ground Truth, del artista Sheung Yiu, que documenta cómo los científicos usan fotografías precisas de árboles para enseñar a los algoritmos a identificarlos en imágenes satelitales.
Mientras tanto, tecnologías como la desarrollada por el Instituto de Nanociencias de París buscan proteger la privacidad frente a las cámaras, utilizando principios de la óptica cuántica para ocultar imágenes. ¿Será esta la próxima frontera en la lucha por la autenticidad visual?
En un mundo donde la IA puede inventar realidades, la fotografía pura se convierte en un acto de resistencia. No se trata de rechazar la innovación, sino de preservar la capacidad de capturar el mundo tal como es, no como lo imaginan los algoritmos.